12 octubre, 2009

No hay nada que festejar


En su pastoral de 1992, los obispos de la iglesia Católica de Guatemala han pedido perdón al pueblo maya y han rendido homenaje a la religión indígena “que veía en la naturaleza una manifestación de Dios”. El Vaticano, sin embargo, ha festejado los quinientos años de “la llegada de la fe al continente americano” ¿No existía la fe en America, antes de Colón?. La conquista impuso su fe como única verdad posible, y así calumnió al Dios de los cristianos, atribuyéndola la orden de invasión contra las tierras infieles. En aquellos tiempos, muy proféticamente, empezó a llamarse libertad de comunicación al derecho del invasor, dueño de la voz, ante el invadido mudo.

Los indios fueron condenados por ser indios, o por seguir siéndolo. Los bárbaros que no se dejaban civilizar merecían la esclavitud. ¿Cuántos ardieron en la hoguera, por delito de creer que toda tierra es sagrada? Adorando a la naturaleza, los paganos practicaban la idolatría y ofendían a Dios. ¿Ofendían a Dios, o más bien ofendían al capitalismo naciente? De aquel entonces proviene la identificación de la propiedad privada con la libertad: la libertad de exprimir al mundo como fuente de ganancia y objeto de consumo. De Carlos V a la dictadura electrónica: cinco siglos después, el planeta es tierra arrasada.

El color de la piel no había tenido la menor importancia en las civilizaciones anteriores. La Europa del Renacimiento fundó el racismo. Y cinco siglos después, Europa no consigue curarse de esa enfermedad. Misión de evangelización, deber de civilización, horror a la diversidad, negación de la realidad: el racismo era y es un eficaz salvoconducto para huir de la historia. Los ganadores han nacido para ganar, los perdedores han nacido para perder. Si el destino está en lo genes, la riqueza de los ricos es inocente de cinco siglos de crimen y saqueo, y la pobreza de los pobres no es un resultado de la historia, sino una maldición de la biología. Si los ganadores no tienen de que arrepentirse, los perdedores no tienen de que quejarse.



Eduardo Galeano, Uselo y tirelo. Un salvoconducto para huir de la historia